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Foto del escritorMariona Fernández

Imaginar el espacio, crearlo.


Toda historia ocurre en algún lugar y en algún momento. Es obvio. Érase una vez, en un país lejano. Esta es la clave de cualquier ficción. No hay personaje sin tierra, sin casa, sin cabaña o palacio, sin país, sin calle, sin habitación. No hay figura sin fondo. ¿Cómo representar ese espacio? ¿Cómo crearlo? ¿Qué papel juega en la historia que escribimos? ¿Puede ser, él mismo, figura, personaje? ¿Qué nos dice del espacio la pintura, la fotografía, el teatro, el cine, que podamos heredar para la escritura? ¿Qué es el espacio en la poesía? De lo más práctico a lo más metafísico, el espacio nos concierne. Nos concierne su luz, su apertura, su olor, su oscuridad, su humedad, su viento.


Cada uno de nosotros guardamos imágenes primordiales vinculadas a un camino, a la calle de la escuela, a una montaña, un río o una orilla de mar. Nuestro paisaje materno, nuestra matriz a partir de la cuál leemos el mundo visible. Dicen que si nos hacen dibujar un paisaje idílico, aún hoy, tantísimas vicisitudes después, la mayoría dibujamos un paisaje muy parecido al de la infancia de nuestra especie, de pocas montañas y amplios cielos protectores. En fin.


De este gran ineludible nos hablará Menchu Gutiérrez en junio. Ya lo hizo del tiempo, ya lo hizo del silencio. Ahora nos abrirá las ventanas a distintos espacios y a su forma de crearlos. Será en Menorca, cuya cúpula celeste es tan vasta que algo nos ocurre y nos sentimos bien.





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