Italo Calvino tiene un libro del que se habla menos y que a mí me cambió la mirada: Palomar, no por casualidad el nombre de un observatorio, allá en California. Por el libro fui consciente (y me obsesioné) de las 'cosas' que solo existen para nuestros ojos. Lo inexistente visible: un reflejo, por ejemplo. La espada del sol en el mar. Por aquella época, también mirando al mar, veía caminos invisibles. Aún no vivía en una isla. Ni me había dado cuenta que los caminos que trazamos en el tiempo y no en el espacio son los que más huellas dejan, no en el suelo, en nosotros.
Así se me antoja hoy el camino recorrido desde el 2010, año del nacimiento de estos islados, que ya somos muchos. Hoy, en este tiempo que nos hace tan conscientes de las tierras movedizas donde, cómo apuntó Nelly Schnaith en unas clases míticas, hay que aprender a mantener el equilibrio, seguimos andando (y nadando).
Atravesamos el 2022 y llevamos cuatro magníficos talleres. Un paréntesis de mayo y retomamos otro verano, nada más y nada menos que con Menchu Gutiérrez, Juan Arnau y los poetas habituales ya en julio: Jesús Aguado y Juan Vicente Piqueras. Este es el invencible verano que nos asalta el ánimo cuando pensamos en la piscina de Binissaida y sus noches, en los jardines de Bincalsitx y en las actividades escondidas en alguna pineda a orillas de un mar que a cada cual le refleja algo invisible a los demás.
Os esperamos para que vuestras huellas invisibles sean indelebles.
Comments